La palabra
humilladero
procede de
humillar, es
decir,
postrarse o
inclinar la
cabeza en
señal de
sumisión.
Los
humilladeros
eran
pequeños
lugares de
devoción
situados a
las salidas
o entradas
de los
pueblos y
las
ciudades.
Consistían
en unas
gradas (bien
de forma
circular o
poligonal)
en las
cuales se
colocaba
alguna
columna
rematada por
una cruz con
el fin de
fomentar la
piedad de
los
caminantes,
peregrinos y
viajantes.
Con el
tiempo estos
humilladeros
sencillos se
transformaron
en pequeñas
capillas o
ermitas,
construidas
para
albergar en
su interior
alguna
imagen de
Cristo, la
Virgen o
algún santo.
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Tenían como
función la
protección
de las
villas, pues
se
consideraba
a la cruz
como
elemento que
tenía
poderes
contra gente
endemoniada,
herejes,
brujas, o
portadoras
de pestes.
En ciertos
lugares
persiste
todavía la
costumbre de
colocar
cruces de
madera sobre
puertas y
ventanas, o
el nombre de
Cristo, el
famoso IHS
gótico tan
abundante en
los dinteles
serranos.
Otra de las
funciones de
los
humilladeros
era la de
ser parada,
punto y
límite de
algunas
procesiones,
tales como
las de
Semana Santa
o la del
Corpus. En
Sequeros la
ermita fue
durante
muchos años
también un
punto
obligado de
parada en
los
entierros, y
hasta llegó
a utilizarse
como
depósito de
cadáveres.
Los
humilladeros
pasaban a
denominarse
ermitas
cuando en
ellas se
llegaban a
celebrar
misas. |